LA RESACA

La fiesta terminó. La mañana siguiente unos operarios (como lo habían sido ellos hasta horas antes) retiraron las copas, guardaron los carteles del cambio, vaciaron los ceniceros y barrieron el confeti que habían utilizado la noche anterior. La traición llegó antes, en Suresnes (1974), cuando unos descamisados formados en las aulas universitarias apartaron a toda una generación de dirigentes que, antes, se había jugado el tipo contra el franquismo. Pocos años después borraron del mapa las huellas centenarias del socialismo patrio, el marxismo, llegaron al poder, instauraron el sistema de bienestar desde la nada y se dedicaron a privatizar empresas públicas porque era lo más progre entonces. Luces y sombras, pero cada vez más sombras.

psoe cambio

«A España no la va a reconocer ni la madre que la parió», había exhortado durante la campaña Alfonso Guerra. Y a quienes no reconoce ni la madre que los parió ahora es a los socialistas. Han pasado 33 años de su primera victoria electoral. La edad con la que murió Jesucristo. En ese tiempo han convertido el movimiento político en una religión (conmigo, o contra mí). Las medidas ideológicas no se ven, no se practican, pero se tiene fe en ellas. El garante del reino de los cielos es San Pedro, hijo (político) de San José (Blanco) y apóstol de un dios (Felipe) que se procuró una jubilación sustanciosa, por si al Apocalipsis le da por venir vía Cataluña. Eso sí, defendiendo la jubilación de sus obreros a los 75 años, que es lo que propone su amigo Carlos Slim, una de las mayores fortunas del mundo.

balcón

Como el cristianismo, el socialismo nació descalzo. Se fue poniendo los zapatos a medida que pisaba espinas en su camino. Las rosas llegaron después, pero ya se sabe que a las maduras está cualquiera. No son pocos los anónimos que han perecido en nombre de la lucha obrera. El 28 de octubre de 1982 celebraron la victoria de Isidoro (nombre que recibía Felipe González durante la clandestinidad) como propia. No sabían que aquello solo era el principio del fin. Escuché en una ocasión, no hace mucho, a una dirigente de provincias que al PSOE habría que quitarle la O de obrero, que aquello sonaba «a viejo». El socialismo añejo, no el que se financió con fondos de la CIA y la Fundación Friedrich Ebert por obra y gracia de Willy Brant, jamás habría reformado el artículo 135 para priorizar la deuda a las necesidades del pueblo. Ni hubiese socializado las pérdidas del capital, que durante años no se acordó de repartir dividendos entre aquellos a los que ahora acude en son de paz.

Entendimos el socialismo como libertad y una constante búsqueda de la igualdad (realmente, lo que se persigue es la equidad). Demasiada carga poética para una organización que funciona como una agencia de colocación, que forma parte del régimen (la foto de ayer entre Sánchez y Rajoy en Moncloa es definitoria: ¿Cataluña? El cortijo es nuestro) y que olvidó la meritocracia del mismo modo que a Griñán, el presidente regional que habló de ella y tuvo que salir apresuradamente de San Telmo, por si los ERE. Años de espaldas al pueblo, ni rastro de la modernización de Andalucía, donde crece el patrimonio de los terratenientes de siempre tras más de 30 años del PSOE y hasta la difunta Duquesa de Alba se declaraba… ¡¡¡SOCIALISTA !!! El PSOE, ese partido que rechazó a la dación en pago hasta en diez ocasiones; que da la espantá cada vez que se abre la caja de los truenos, que es el debate de la cuestión republicana, o que promete de forma recurrente un Estado laico mientras el alcalde socialista de Sevilla se procesiona por su ciudad. Hay pueblos donde los concejales ganan más dinero que el presupuesto anual de su concejalía para todo el municipio. El socialismo, dicen, es afectivo. Pero hay a quienes se les termina el amor, ya se sabe, de tanto usarlo.

Las trifulcas partidistas tienen su fecha de caducidad, que son las victorias electorales. Éstas, como el agua en la cultura hindú, tienen un elemento de regeneración. Gozan de la simpatía de propios y extraños, la nostalgia de quienes la vivieron en primera persona y la admiración de quienes la ven como un éxito. Saben que no servirán para transformar la sociedad, que para eso nació el socialismo, pero al menos sirve para pagar las patatas, las medicinas, el recibo de la luz y el vestido, que en estos tiempos no es poco. El ejemplo más flagrante es Andalucía, donde una élite (la nobleza socialista) copa el poder llueva, truene o ventee. Después de tres décadas de gobiernos socialistas, tiene a seis de sus ocho provincias entre las regiones con más desempleo de Europa. No entendieron que de lo que se trataba era de redistribuir la riqueza, no la pobreza. Lo mismo les pasa con los avales. Lo siguen llamando democracia interna, pero las listas siguen cerradas y bloqueadas. Los mismos aspirantes, pero con distinto collar. Entrar en una lista es cosa de los jefes, líderes de auténticos reinos de taifa donde la regeneración es vivir por encima de las posibilidades. Irene Lozano sí, porque el partido, dice Sánchez, está abierto a toda la sociedad. Pero para elegir al candidato a la presidencia del Gobierno, el partido no se abre. La Santísima Trinidad del chovinismo. Así se explica que el PSOE, hace poco más de una década contara con 800.000 militantes y hoy no llegue ni a los 200.000. Por cierto, que desde que Pedro es secretario son 4.000 los que se han dado de baja, aunque algunas fuentes señalan que la cifra llega hasta 16.000 militantes.

Será porque a Pedro Sánchez siempre le tiró más el liberalismo de Valls que la justicia social de Corbyn (desde que es líder del laborismo, más de 50.000 británicos se han afiliado al partido). «“La izquierda ya no debe hablar solo de redistribuir la riqueza», dijo Sánchez hace unos días. Y se quedó tan ancho. Nadie en la sala le recordó que Valls es un líder xenófobo que ha expulsado a miles de gitanos de Francia y que es el primer ministro con el que los franceses han sufrido más recortes de gasto social en su historia. Mal espejo para alguien que pretende devolver al PSOE al Gobierno, aunque hay quien vaticina que la maquinaria se atasca y que los socialistas tendrán el peor registro de escaños desde que volvió la democracia, en torno a 90 (menos de la mitad que en el ya lejano 1982). En la mitad, 45, sitúan a Podemos (manda narices que quien pelee los votos al PSOE sea un tal Pablo Iglesias). Para eso solo habrá necesitado año y medio. El PSOE, sin embargo, necesitó 31 para sacar su primer diputado, el fundador de la organización en 1910 por la circunscripción de Madrid.

pedro sanchez

Los recortes de la última legislatura de Zapatero ensombrecieron los logros de sus primeros cuatro años, los últimos de auténticas políticas de izquierda. O no tanto, porque en ese tiempo de vacas gordas no se abordó la tan necesaria reforma fiscal. Un mecanismo para que pagaran más los que más tenían. La llamada fiscalidad progresiva. Socialismo en estado puro. Y eso, por no citar la reforma laboral del PSOE, antesala de la del PP, la misma que tanto criticó el nuevo líder socialista, pero que ahora dice, no derogará. De aquellos barros, estos lodos. Algunos sienten que votaron el cambio y les dieron el cambiazo. Hoy todo se ha convertido en mercadotecnia, en promesas vacías, en llamadas a Salvame y en mucho confetí. No hay nada que celebrar, salvo que la nave se mantiene a flote. Roja, tan solo la corbata. Y no siempre. La resaca del 82 ya dura demasiado.

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